Excélsior, Dinero, pág. 12, Jesús Alberto Cano Vélez.
Todo parece indicar que la economía mexicana finalmente se está recuperando, si bien lentamente, su capacidad de responder a los retos que le presenta la economía mundial, misma que hace rato está en serios problemas, sin capacidad de generar dinamismo, en parte fundamental por el retraimiento de China Continental, y también por el retraso del retorno de Estados Unidos a su esquema tradicional de política monetaria.
La segunda economía del mundo, China, había bajado la dinámica de crecimiento que antaño comunicaba al mundo; y la primera economía, Estados Unidos, está por regresar a una política monetaria que dejará de generar especulaciones, por su intento —sin fecha de inicio— de elevar tasas de interés, anunciado por la presidenta de la Fed.
A su vez, México está en proceso de modificar su esquema de ventas de dólares, para reducir el uso de reservas internacionales, en las que ha venido proveyendo liquidez al mercado cambiario. Esto es posible ahora que Estados Unidos está finalmente por aplicar su tradicional política monetaria, largamente anunciada, que es la de subir el nivel de tasas de interés.
En su última reunión del Comité de Mercado Abierto, dicho Banco Central votó y de su resultado, todo indica que el momento de subir tasas ocurrirá en su reunión de mediados de diciembre; pero dada la situación actual de modesto crecimiento en su economía, dichos ajustes se proyectan graduales y prudentes.
Luego, también, todo indica que nuestra economía empieza a generar la capacidad de responder mejor. Las últimas cifras del PIB, del tercer trimestre del año en curso (julio-septiembre), muestran que el crecimiento anual reportado fue de 2.6 por ciento, después de meses por debajo de 2.0 por ciento.
Todavía no se conoce el efecto en la economía mundial, y por ende en la mexicana, de lo ocurrido por la violencia en Francia. Mientras sucedían los violentos acontecimientos en Paris, en Turquía se reunían los jefes de Estado del G20. Ahora, más allá de las decisiones previas de “cortar los ingresos financieros y restringir la libertad de movimiento de los extremistas”, trataron acciones más relevantes contra éstos.
Dos acuerdos de importancia para el futuro fueron el reconocimiento de que el desarrollo que ha experimentado la economía global en los últimos meses está por debajo de las expectativas, y que la desigualdad de los ingresos en los distintos países puede constituir un riesgo para la cohesión social.
La idea de que la disciplina presupuestal generaba crecimiento, concluyeron los participantes en el foro de Turquía, no era suficiente; debían ahora, también, promoverse políticas económicas nacionales para crecer a mayores tasas.
Otro acuerdo fue crucial: “Que la desigualdad es mala marca de los tiempos recientes”. En los últimos 30 años, en todos los países en los que se llevaron a cabo las reformas que eliminaron la participación estatal en la asignación de los recursos productivos de un país, sustituyéndola por decisiones de empresas privadas, se revirtieron los procesos redistributivos que desarrollaban los estados nacionales que mejoraron los niveles de bienestar social.
Coinciden con el planteamiento del Nobel, Stiglitz, que la desigualdad es una decisión de política económica. El acuerdo ahora del G20, es la necesidad de actuar, al reconocer la pertinencia de que los gobiernos de cada uno de los países tomen las medidas que consideren necesarias para detener la concentración de los ingresos y, de esa manera, mejorar la cohesión social.
El gobierno mexicano ha firmado los Objetivos de Desarrollo Sustentable (ODS), aprobados por la Organización de las Naciones Unidas, donde se incorpora el combate a la desigualdad en los países firmantes.
Por su parte, la reciente participación de México en la reunión de Manila, de la APEC, y la decisión de los países miembros del Pacto TPP, de firmar su acuerdo en febrero en Nueva Zelanda, nos lleva más cerca a la integración de nuestro país a las economías dinámicas del Asia-Pacifico.
Fuente: Excélsior