Excélsior, Primera-Opinión, pág. 12-13, Lorena Rivera.
Es cierto que este acuerdo cierra cuatro años de trabajo iniciado en Durban, en 2011. Es verdad que las 195 delegaciones participantes en esta cumbre —tras muchos jaloneos— aprobaron un borrador, cuya discusión final será crucial en esta semana, pues los ministros afinarán y cerrarán cada punto para presentar el acuerdo el viernes 11. Pero también es cierto que este esbozo está lleno de corchetes, sujeto a condicionamientos y aún se muestran grandes diferencias políticas, lo cual deja a la esperanza de un futuro mejor pendiendo de un hilo.
El meollo del asunto es el contrapunto. Hay división entre los países industrializados y los que están en ese proceso. Es decir, ganó el disentimiento respecto de si los países más desarrollados son los únicos responsables de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), o si se deben incluir a aquellas naciones en vías de desarrollo, que ya contaminan. La polémica también reside en decidir quién paga y cómo lo hará.
Se trata de distinguir qué países son más responsables del cambio climático, lo cual los obliga a financiar los proyectos de reducción y mitigación de los que menos recursos tienen. Así, esas naciones dispondrán de apoyos provenientes de un fondo anual de 100 mil millones de dólares, y el acuerdo será vigente a partir de 2020.
China es un caso especial. Es un país emergente de gran potencial y, dicho sea de paso, es el principal gran emisior de gases de efecto invernadero. Tan es así que, mientras la COP21 iniciaba reuniones la semana pasada, Pekín y 23 ciudades fueron afectadas por altos índices de contaminación. Los especialistas señalaron que fueron cubiertas por una espesa capa de polución con una dimensión de 530 mil kilómetros cuadrados, como consecuencia de la quema de carbón.
Otro de los claroscuros que deja ver el borrador del acuerdo es que los grandes países petroleros y la industria han tratado de bloquear avances para dejar de usar los combustibles fósiles y dar paso, en un ciento por ciento, a las energías renovables. Presionan para que los ministros opten por una “transformación baja en emisiones”, lo cual no será suficiente.
Era de esperar que uno de esos opositores fuera Arabia Saudita, pues rechaza absolutamente la idea de una total descarbonización de la economía y, por ello, ha bloqueado algunas iniciativas. Por ejemplo, se opone a incluir el tema de la reducción de la temperatura, que es vital para el futuro de los países más vulnerables al golpe de los efectos del calentamiento global. Además, dice no tener recursos para aportar al fondo para las naciones en desarrollo.
Preocupa que los temas de financiamiento para los países en desarrollo y la vinculación jurídica del acuerdo global sigan en discusión.
Aunque el hubiera no existe —como dice la frase hecha—, realmente hubiera sido deseable el consenso, por el bien de la humanidad. Es decir, que las partes involucradas en las negociaciones de la XXI Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en la primera parte de los trabajos hubieran llegado a un acuerdo sin tantos condicionamientos de cómo reducir las emisiones de GEI, que los países más contaminantes, sean o no desarrollados, se comprometieran a reparar el daño a través del financiamiento para proyectos de mitigación de aquellos Estados más pobres y, así, disponer de un fondo anual de 100 mil millones de dólares.
Esto sólo nos habla del gran peso que tienen los intereses particulares sobre el interés del bien común. Sí, sabíamos de antemano que después del Protocolo de Kioto llegar a un acuerdo de gran calado que lo sustituya sería una labor, por decir lo menos, titánica.
Con gran entusiasmo y optimismo dio inicio la COP21, en el que las declaraciones de jefes de Estado y de Gobierno presentes en la sede de Le Bourget, abrieron puertas y ventanas a la esperanza de lograr un acuerdo para detener las catastróficas consecuencias del cambio del clima. Sin embargo, transcurrida una semana, muchos nubarrones eclipsan París.
Ojalá que de algo sirva el mensaje que el papa Francisco envió a los actores de la COP21, que negocian el acuerdo climático.
En la Plaza de San Pedro, en el tradicional Angelus, Francisco urgió a hacer todo lo posible para llegar a un acuerdo efectivo: “Por el bien de la casa en común, de todos nosotros y de las generaciones futuras. En París se debería hacer todo esfuerzo imaginable para suavizar las consecuencias del cambio climático y, al mismo tiempo, combatir la pobreza y dejar florecer la dignidad humana”.
Fuente: Excélsior