El Universal, Primera-Opinión, pág. 38, Mario Molina
El Acuerdo de París marca un punto de inflexión en la historia de las negociaciones sobre el cambio climático en varios sentidos. De entrada, es el más comprehensivo, universal y balanceado que se haya firmado en los 23 años que el tema ha estado en la agenda internacional. Establece que todos los países, sin distinción alguna, determinen su contribución nacional y se comprometan a hacer y comunicar sus esfuerzos en términos de reducción de emisiones, que deben ser ambiciosos, aunque siempre acordes con sus capacidades. Fija asimismo mecanismos de transparencia y rendición de cuentas para verificar sus compromisos, no sólo en términos de reducción de emisiones y esfuerzos de adaptación, sino también de apoyos en términos de financiamiento, transferencia de tecnología y desarrollo de capacidades. El Acuerdo es flexible y contempla procesos de revisión periódicos, al menos cada cinco años, con miras a aumentar su nivel de compromiso. También busca ser justo, al construirse sobre la base del principio de “responsabilidades comunes pero diferenciadas”, incluyendo preceptos encaminados a apoyar a los países y las comunidades menos desarrolladas y a los más vulnerables a los impactos del cambio climático.